III

En mitad de la noche

Jamás me había sentido tan segura. A pesar de la deshora, sabía que era el momento: o ahora o me arrepentiría el resto de mi vida.

Se encontraba en la habitación contigua; por lo que abrí cuidadosamente la puerta, cerrándola tras de mí.

Unos segundos para dejar que los ojos se habituaran a la oscuridad, y emprendí el corto trayecto que nos separaba; palpé el pomo, lo agarré, respire hondo e intente abrir la puerta cuidadosamente para evitar sobresaltos.

Según volvía a cerrar la puerta, encendí la luz, y ¡qué sorpresa la mía! Allí estaba, tan preparado como yo. Si no fuese imposible, diría que me había estado esperando.

Sin tiempo que perder, me acerqué sigilosa y rápidamente, no fueron necesarias las palabras.

En unos segundos que parecieron horas, me sacié por completo en él, y, procurando hacer el mínimo ruido, tire de la cadena y salí del baño de vuelta a mi habitación.